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Apaga al salir









Otra vez esto, de verdad, que pesadilla. Artistas que crecieron en nuestras ciudades, vieron algo que nosotros no, nadie los entendió y hacen las maletas para irse. Normal. No por que quieran, sino por necesidad, obvio. Porque aquí, en casa, son prácticamente invisibles.

Esto, tristemente transciende fronteras, épocas y ocurre en todos los sitios. El pintor que se esconde a crear en su barrio de toda la vida, de repente se convierte en la sensación de una galería extranjera. Lleva meses sin recibir visitas a su estudio y no espera ninguna mención de ningún medio. Por  una serie de circunstancias (algunos osan a llamarlo suerte) termina siendo la estrella de una feria internacional. Y entonces, solo entonces, llega el eco del reconocimiento de fuera a nosotros, y es cuando empezamos a mirar de reojo y a anotarlo en el bloc de notas con mala letra y desgana.

La respuesta siempre es la misma: “Yo es que de esto no entiendo”. Si no sabes es porque no quieres hacerlo, ya que toda la información está ahí afuera. Respetable, pero...¿Hasta cuando nos vamos a quedar ahí?

El éxodo del talento no es casualidad, solo el síntoma de algo mucho más grave, la sombra oscura de algo que tenemos enquistado y no podemos superar; una especie de maldición o conjuro que hemos heredado y que ya no sabemos cómo romper...y lo más peligroso es lo normalizado que lo tenemos. Sin ninguna intención de ofender a nadie, creo que lo que pasa es que tenemos un problema muy serio de percepción, una especie de miopía selectiva o directamente un trapo en los ojos que nos impide ver y por supuesto reconocer lo que tenemos delante. Es durísimo pensar que necesitamos constantemente que otros nos digan qué vale antes de poder verlo por nosotros mismos. ¿No existe el criterio propio? Es alucinante esa dependencia psicológica...que en el fondo solo termina revelando nuestra fragilidad cultural. 

Necesitamos el sello extranjero para apreciar el talento local; una desconfianza ancestral hacia lo propio, una inseguridad cultural que nos hace dudar sistemáticamente de todo lo que producimos. Preferimos importar criterios antes que desarrollar los nuestros...y esta mentalidad colonial del gusto nos tiene atrapados en un bucle de inferioridad cruelmente autoimpuesta.

Los agentes culturales cargan con una responsabilidad enorme en esto. Como no. El juego es simple: ignorar los artistas emergentes de su región mientras hacen cola para traer exposiciones de figuras ya consagradas internacionalmente. Galerías que solo apuestan por nombres seguros. Críticos que esperan el pulgar arriba de los de arriba antes de escribir la primera línea favorable y curadores que confunden el riesgo con la irresponsabilidad. Esta actitud institucional no surge de la nada, ni es nueva. Refleja un miedo profundo al fracaso, una aversión al riesgo que paraliza cualquier intento de apostar por lo desconocido: y cuando digo desconocido no quiero decir malo. Para eso ejercemos nuestra profesión a través de nuestro criterio. 

Ay! La seguridad de lo ya validado. Una condena inevitable al ostracismo a quienes podrían ser los verdaderos protagonistas de lo plástico de nuestro tiempo...quizás mi fuerte no sean las matemáticas, pero las cuentas me salen.  Los artistas se van porque no encuentran espacio, y nosotros nos quedamos sin la riqueza cultural que ellos podrían haber construido aquí. No es exactamente las gallinas que entran por las que salen, no. Perdemos doblemente, como país que exporta talento sin procesarlo adecuadamente y como sociedad que se queda sin su espejo creativo; un desperdicio masivo de capital cultural que nos hace más pobres como comunidad, y que nos aboca a una fuga de cerebros creativa que nadie parece contabilizar en las estadísticas oficiales.

Tras años siendo ermitaños y tras años siendo fusilados por Hacienda y la Seguridad Social, llega un punto en el que el trabajo y la constancia te ponen en tu sitio. Algunas veces pasa. Resulta que son coronados por el éxito exterior, y ahora ya si regresan como héroes. Entonces, súbitamente se vuelven imprescindibles, sus obras adquieren un valor desmedido y todos quieren fotografiarse con ellos. La misma obra que hace cinco años no valía nada, ahora se cotiza en miles; ese artista que era invisible, ahora es una celebridad cultural.

Buf, que aburrimiento. He visto esto tantas veces, que he podido analizar este comportamiento, y al final todo este circo solo revela algo perturbador sobre nuestra psicología colectiva; nuestra falta de confianza en nuestro propio juicio estético, hasta que alguien más nos da permiso para hacerlo. Necesitamos la validación externa como muleta intelectual, y creo que hoy día somos incapaces de generar opinión propia, aunque muchas veces pensemos que sí.

No es solo una cuestión de dinero o reconocimiento, va más allá. Es la pérdida de una conversación cultural que pudo haber sido, de un diálogo creativo que se trunca por nuestra incapacidad de confiar. Seguimos esperando que otros nos digan qué mirar, y por lo tanto, seguiremos condenando a nuestros profetas al exilio. Y lo más triste es que lo hacemos conscientemente, sabiendo que estamos dejando ir algo muy valioso. No apreciar el arte de hoy es querer ser un don nadie el día de mañana...enhorabuena, vamos por buen camino.

  


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