Las instituciones artísticas se encuentran ahora mismo en el jardín del vecino más cascarrabias del vecindario, y por si fuera poco tienen que enfrentarse de cara a un dilema ético que cuestiona los pilares de la poca libertad creativa que nos queda: la cu ltura de la cancelación. Un fenómeno que nos impusieron por la espalda, desarrollamos y que hizo que todos acabáramos con la piel más fina que el cloisonné , cuya mezcla de justicia social con un tribunal digital de linchamiento mediático ha convertido los espacios culturales en trincheras ideológicas donde cada obra se somete a un escrutinio más intenso que la penúltima pregunta del “Juego de tu Vida”. Hannah Arendt nos alerta sobre cómo el juicio moral y social, cuando no se confronta con la reflexión crítica, puede convertirse en un instrumento de exclusión: "La violencia se vuelve más peligrosa cuando es institucionalizada y no es confrontada con la r eflexión crítica." Este pensamiento resulta esencial en el contexto a...
La vida va tan rápido y todo está en tan constante cambio que a veces nos cuesta asimilarlo, y aún hay cosas que todavía no entiendo. Llevo unos días pensando acerca de la incesante búsqueda que tenemos como sociedad líquida 1 de intentar elevar lo ordinario y equipararlo a la categoría de arte. Creo que os habréis dado cuenta de que esta situación ha alcanzado niveles que rozan lo patético, manifestándose en una suerte de tragicomedia cultural donde hasta el más insignificant e objeto de consumo aspira a la trascendencia artística. ¿Y si nos hemos obsesionado con elevar lo mundano a la categoría de obra maestra? Las empresas y las marcas lo hacen constantemente, en un ejercicio de contorsionismo tanto intelectual como conceptual, digno del Cirque Du Soleil ; y la verdad que esto siempre me ha provocado tantas carcajadas como perplejidad absoluta. Marcas comerciales se auto -proclaman los nuevos Médici del siglo XXI, y resulta que ahora todo es arte. O...