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Sarna con gusto, no pica



Hoy no quiero daros la chapa, sólo compartir un pensamiento al que le llevo dándole vueltas un tiempo. Quizás sea algo que me sorprende, pero en el fondo no, porque es un fenómeno que realmente no apareció de la nada. Las instituciones culturales los convocaron porque necesitaban métricas que justificaran su presencia en un mundo en el que se mide todo en visitas y números. Los divulgadores culturales, expertos con títulos académicos impecables y conocimiento enciclopédico (mis mas sinceros respetos) se han convertid en los intermediarios necesarios entre nosotros y las obras.
No quiero que nadie me malinterprete, el problema no es que existan. Me gusta la diversidad y entiendo que para muchos del público sea su primer contacto con este complejo mundo. No voy por ahí, quizás hablo más de lo que hacen con el arte cuando lo tocan. Lo que hacen es traducirlo, empaquetarlo y convertirlo en píldoras digeribles para el algoritmo; así, una obra que antes exigía silencio y tiempo se transforma en un video de tres minutos con música de fondo y subtítulos que te dicen exactamente qué debes sentir... me tiraría al suelo a reírme si no fuera un tema tan serio.
Lo complejo desaparece y la contemplación se vuelve obsoleta, por el simple hecho de que todo tiene que ser explicado, decodificado, servido con una narrativa clara y que no incomode demasiado.
Seguro que alguien se piensa leyendo esto que soy un frustrado, puede ser. Es bastante probable que lo sea. Lo que tengo claro es que no atravesaría ciertas líneas sólo para hacer creer que soy importante o mi opinión cuenta sólo por tener 90k en una cuenta que no monetiza, y lo digo desde un blog que no lee ni mi madre. La verdad que también me chirría que muchos de estas figuras despliegan su knowledge como quien muestra la acreditación en la puerta. Alardeos de referencias históricas, de términos técnicos que parecen estar ahí no para ayudarte con la obra sino para recordarte que ellos saben más que tú. La mediación cultural se ha convertido ya en una exhibiciónde conocimiento, un absurdo donde el experto es la estrella y la obra apenas un pretexto. Escribo sobre arte, no me dedico a editar vídeos en Capcut. No eres divulgador, eres creador de contenido, y en este caso, el contenido es el arte.
Recordemos que todos aceptaron el trato. Curioso que esos museos y galerías que antes se resistían ante la lógica del mercado, que desgraciadamente era esta, ahora buscan viralización, una oleada de visitantes que llegan porque TikTok les dijo que era cool. De esta manera el arte deja de existir en su propia temporalidad, esa que requiere desconcierto, paciencia, incluso fracasar en comprenderlo y apreciarlo de primeras; ahí está el verdadero proceso... pero no. Al final tiene que competir con el resto del contenido, y para sobrevivir tiene que volverse entretenimiento. Siendo honesto, pienso que tal vez la culpa no es solo de ellos. 
Quizás nosotros ya no queremos o no podemos enfrentarnos al arte en sus propios términos. Preferimos que alguien nos explique lo que pensar antes de experimentar, simplemente porque no entendemos, o no queremos entender. Uf, ya no lo sé. Se hacen afirmaciones donde el arte ofrece preguntas, confundiendo democratización con simplificación y acceso con domesticación. Las obras que no se dejan traducir rápido nos resultan hostiles, agotadoras, prescindibles... y debería ser al revés.
La pregunta incómoda es si hemos perdido algo esencial en el proceso. Cuando todo debe ser consumido con velocidad y cada obra necesita un traductor que la haga tolerable para nuestras pantallas y, por consiguiente, para nuestra mente, no estamos simplemente perdiendo la capacidad de relacionarnos con el arte, sino con cualquier cosa que resista la comprensión instantánea. En el fondo esto tiene que desafiarnos, sacarnos de nuestras certezas, y creo que ver una exposición a través de una pantalla no ayuda en absoluto a eso. Convertirlo en contenido, con la intención que sea, es neutralizar su potencia, ya que como dijo Baudrillard, el arte pierde su fuerza al volverse omnipresente (Baudrillard, 1996, p. 17).
Lo siento, no tengo soluciones. Reconozco la necesidad de hacer el arte accesible a todos, sin caer en el elitismo que solo beneficia a unos pocos. Hay una diferencia abismal entre abrir puertas y digerir por otros todo lo que hay detrás de ellas. Cuando las obras pierden su capacidad de incomodar, de exigir algo de nosotros, dejan de ser arte... se vuelven solo ruido más en la red, otro scroll, otra cosa que olvidamos antes de llegar al siguiente post.

REFERENCIAS
Baudrillard, J. (1996). El complot del arte: Ilusión y desilusión estéticas. Editorial Anagrama.

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