En tiempos de la Inteligencia Artificial, yo apelo al concepto de Estupidez Natural. Suelo ir bastante a galerías de arte y a museos, donde veo a personas viendo las obras a través de una pantalla, y no lo juzgo...pero eso me llevó a pensar en muchas cosas.
Pienso que la tecnología no viene a sustituir a nadie, y utilizada de una manera correcta puede sernos de mucha ayuda. Nos ha tocado vivir la era digital y esta digitalización está apoderándose (si no lo ha hecho ya) del mundo, y obviamente los espacios artísticos tradicionales han tenido que experimentar una metamorfosis radical. Una infinidad de catálogos para visitas virtuales al alcance de la mano, pero ¿qué está pasándole a la visión física del arte? Y la pregunta más importante, ¿puede realmente “vivirse” el arte o vivir del arte con solo mirar una pantalla?
No quiero que malinterpreten.
La digitalización también trae cosas buenas consigo, y negarlo es querer ser un Australopithecus Digital, pero, ¿Basar toda la experiencia artística en eso?
En cierto sentido, el arte se ha vuelto más accesible para todos; no podía pertenecer a la élite mucho tiempo más, pero aquí está el truco. No es lo mismo mirar el Guernica de Picasso en la pantalla de tu Samsung Galaxy que estar frente a esa monstruosidad de siete metros de largo. No puedes sentir su presencia, no puedes ver las texturas, la pantalla le roba la energía y se lleva todo de sí.
Es una idea que me ha atormentado desde que la leí en un libro de Walter Benjamin, que se titula La Obra de Arte en la Época de su Reproductibilidad Técnica. En pocas palabras, Benjamin habla sobre cómo la capacidad de reproducir obras de arte (a través de la fotografía, el vídeo o las pantallas) destruyen ese aura que rodea a las piezas originales. Define el aura como "la manifestación irrepetible de una lejanía" y conecta este concepto con la singularidad y autenticidad de las obras de arte que se encuentran en su contexto original. En la reproducción, lo que se pierde no es la imagen en sí, sino ese aura que es parte del encuentro directo entre la obra y el espectador en un espacio y tiempo únicos. Una verdad como una casa. ¿Qué nos espera? La pantalla convierte el arte en 2D, mientras que la realidad le da esa tercera dimensión que te roba el aliento, una cosa que DEBES experimentar en persona. Las pinceladas, los detalles, las marcas únicas de la interacción humana...la era digital aleja todo esto de ti y se las lleva de las obras. No hay mejor cámara que tus ojos, y eso justamente hace que el arte pierda una gran parte de sí mismo.
Poco después de la pandemia, la mayoría de los espacios artísticos se subieron al tren de la digitalización. ¿Había otra opción? La única manera de compensar su colapso financiero fue convencer a las personas de que las exhibiciones etiquetadas eran la misma experiencia que la real. Ha pasado tiempo pero la práctica fue continuada por estas instituciones que quieren vendernos la imagen de adaptabilidad a esta nueva realidad. ¿Continuamos aferrándonos a la digitalidad? No es una respuesta fácil.
El desafío real es cómo equilibrar ambas experiencias simultáneamente de manera efectiva. La experiencia virtual no es nunca un sustituto de lo que sientes frente a una obra maestra, sólo es la puerta de entrada. Te imaginas presenciar una galería desde la seguridad de tu propio dispositivo móvil y darte cuenta entonces de que te gustaría verlo en persona inmediatamente. No hay que engañarnos, sin embargo: lo digital siempre es una versión edulcorada, solo una impresión de la actualidad. Cuanto más fomentamos el digital, más nos limitamos como humanos ante la verdadera esencia del arte. ¿Para qué sirve saber qué colección de un museo si no puedes sentirla? Aunque por otro lado es necesario.
Al mismo tiempo, tampoco podemos olvidar a las pequeñas y recurrentes galerías, aquellos pequeños templos independientes que dependen de un espectador que habla abiertamente. Muchas de ellas han sido cerradas por la digitalidad. ¿Sobrevivirán el mundo conectado? Dudo mucho en decir que sí si continuamos relegando el arte a lo digital.
Las galerías clásicas siempre han existido por el chispazo único en el que un coleccionista encuentra la pieza que le falta, y a la hora de comprar, las imágenes buscadas en Google no producen lo mismo. No solo compramos el arte con los ojos, sino con la mariposa que nos vuela en el estómago. Raramente una experiencia online ofrece eso, ni con unas VR.
El futuro se extiende ante un cruce al que nunca se ha enfrentado. No hay precedentes, y la existencia digital es inevitable, pero no tiene ni puede ser la única calle, y si algo nos ha enseñado la vida es que la injerencia ante el corazón y los sentimientos sigue siendo inmensurable.
Si me preguntan, la digitalización es inevitable y en ciertos casos necesaria, pero no debe ser la única ruta. Quizá las experiencias virtuales sean la introducción, el aperitivo, pero el plato fuerte siempre debe servirse en persona.
Texto por Suso Barciela
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