Sólo con una vuelta rápida por cualquier espacio cultural, artístico y/o intelectual puedes darte cuenta de algo tan sorprendente como sobrecogedor: el sector está inundado de intrusos. No es que esté en contra de la diversidad profesional, pero resulta desconcertante ver cómo personas sin formación específica en arte se lanzan a realizar trabajos que tradicionalmente requieren años de estudio especializado, y me da por pensar que de ser así, quizás haya perdido años muy valiosos de mi vida encerrado en una universidad.
Pero, ¿de dónde viene esto? Esta situación viene desde muy atrás. Hace años que el sector cultural atraviesa una crisis estructural que se agrava cada vez más, donde los salarios son una broma de mal gusto y la estabilidad laboral es prácticamente inexistente. Ante esta realidad, muchos puestos se han convertido en refugios temporales para profesionales de otros campos, y el problema surge cuando estos profesionales terminan compitiendo directamente con quienes han dedicado años a estudiar.
Desde mi trinchera cultural he presenciado situaciones verdaderamente preocupantes. He visto exposiciones que parecen más escaparates o feeds de IG que proyectos artísticos serios, montadas por personas que confunden estética con contenido. Cuando alguien sin formación específica asume el rol de mediador cultural, el resultado lo podéis imaginar: visualmente atractiva pero vacía de significado. Otra cosa... ver vídeos de arte en YouTube no equivale a obtener una licenciatura universitaria, bueno; tampoco tenerla significa nada. El caso es que pienso que la democratización del arte es positiva en muchos aspectos, pero lo que estamos viviendo se asemeja más a una liquidación por cierre que a una apertura genuina del campo.
Las instituciones y empresas culturales tampoco han estado a la altura de las circunstancias, y no está de más reconocerlo. No las defiendo, pero reconozco que están presionadas por los recortes presupuestarios, muchas prefieren contratar a alguien que «hace de todo» –es decir, que no hace nada especialmente bien– en lugar de invertir en especialistas. Económico, pero arriesgado. Y ojo, no abogo por crear un club exclusivo donde solo ingresen quienes posean tres másteres, pero tampoco deberíamos convertir el arte en una batalla sin reglas. La colaboración interdisciplinaria es enriquecedora cuando cada profesional conoce y respeta su área de competencia. Un MBA puede aportar muchísimo a la gestión de un museo, pero quizás no debería ser quien determine qué arte es culturalmente relevante.
Lo paradójico de esta situación es que nadie permitiría que una persona sin título médico operara a su madre, pero parece que cualquiera puede gestionar el patrimonio cultural de una ciudad entera. Y bueno, no quiero hablar mucho pero particularmente problemática es la llegada de profesionales del mundo empresarial que intentan aplicar «metodologías ágiles» al arte. Aquí un spoiler: una exposición no es un sprint de Scrum, y la creación artística no puede reducirse a KPIs mensurables. El arte tiene sus propios tiempos y procesos que no siempre encajan en las lógicas corporativas.
La situación se vuelve casi surrealista cuando encuentras a diseñadores de interiores que hablan sobre arte conceptual. Un influencer con buen sentido estético puede generar más impacto que alguien que ha dedicado años a estudiar teoría del arte. Esta es la realidad actual, aunque no necesariamente tiene que ser nuestro futuro. Solucionar esto no es simple, pero tampoco imposible. Que las escuelas de arte asuman seriamente su responsabilidad formativa, que las instituciones dejen de buscar opciones baratas a costa de la calidad, y que los profesionales del arte aprendamos a defender nuestro trabajo sin sonar pedantes o elitistas.
Lo que está en juego trasciende las oportunidades laborales individuales. El intrusismo no solo afecta los empleos disponibles, sino que influye directamente en cómo la sociedad piensa y comprende el arte. Como advirtió Horkheimer¹ (1947), "la industria cultural ha desarrollado hasta tal punto el principio de entretenimiento que este principio acaba por decidir sobre la conciencia de los consumidores" (p. 167). Defender el conocimiento especializado equivale a defender nuestra capacidad colectiva de pensamiento crítico frente a esta lógica del entretenimiento que tiende a simplificar y banalizar la experiencia artística.
El arte va mucho más allá de colgar objetos bonitos en una pared blanca.
Requiere profesionales que no solo lo muestren, sino que comprendan profundamente los porqués de que una obra específica sea relevante más allá de su potencial fotogénico; es muy importante contextualizarlo y comunicarlo de manera accesible, sin recurrir a jerga incomprensible o tecnicismos excluyentes. Sin esta comprensión profunda, corremos el riesgo de que el arte contemporáneo se convierta en un parque temático más, hecho y pensado para el entretenimiento superficial en lugar de para el cuestionamiento y la reflexión. Solo manteniendo este nivel de profesionalismo el arte podrá seguir cumpliendo su función como herramienta de pensamiento crítico y cambio social, en lugar de reducirse a un mero accesorio decorativo en nuestra cultura del espectáculo².
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Referencias:
(¹) Horkheimer, M. (1947). Dialéctica de la Ilustración. Akal.
(²) Debord, G. (1995). La sociedad del espectáculo. (J. L. Pardo, Trad.). Pre-Textos. (Obra original publicada en 1967).
Quiero darte las gracias por escribir este artículo. Me he sentido profundamente identificado. Estudié Historia del Arte durante cinco años, con prácticas mal pagadas, horas interminables de investigación, y un entusiasmo que solo se alimentaba con la esperanza de poder aportar algo significativo al mundo cultural. Pero ahora, años después, veo cómo muchas de las plazas que antes parecían inalcanzables para cualquiera que no pasara por ese camino de formación se adjudican a personas que llegan desde otros ámbitos, muchas veces con más contactos que conocimientos.
ResponderEliminarNo reniego de la interdisciplinariedad, como bien señalas; de hecho, creo que puede enriquecer. Pero lo que vivimos no es colaboración, es suplantación. He asistido a exposiciones donde el montaje es impecable pero el discurso es vacío, como si se hubiera generado con una app de diseño y frases motivacionales.
Tu artículo me ha puesto palabras a una frustración que llevaba tiempo sintiendo pero que no sabía cómo expresar sin sonar amargado o elitista. Gracias, de verdad, por defender el valor del conocimiento profundo en el arte. Porque sí, el arte es bello, pero también es pensamiento, y no podemos permitir que eso se pierda.